top of page

Península de Oro

  • Foto del escritor: Sof
    Sof
  • 28 jun 2023
  • 5 Min. de lectura

El Viernes pasado, un poco hastiados por la rutina del Refugio (viene post), nos vino a buscar Fernando y Kimberly en su buseta para llevarnos a la Península de Osa. Él es guía turístico, y armó un paquete que se ajustaba a nuestros escuálidos bolsillos. Un tour cómodo de 1 noche en Osa te aforra 400 US p/p. Pero no por nada lo salado. En esa península se encuentra el Parque Nacional Corcovado el cual, y aquí cito a wikipedia: "National Geographic lo ha definido como el lugar más intenso del mundo, biológicamente hablando, en términos de biodiversidad y se estima que ningún lugar en el mundo (que posea una extensión similar) albergue una mayor diversidad biológica." y la redundancia sobre la biodiversidad se la merece.


ree


No sabíamos bien a qué íbamos, el itinerario fue inespecífico y la instrucción recomendaba flexibilidad mental respecto a las posibilidades de empape. La meta: atravesar la península de Osa de Este a Oeste. En total eran 20km de caminata, con una parada a dormir en medio del trayecto. Así sin más, comenzó la travesía.


El paseo empezaba en Puerto Jiménez, donde alojamos la primera noche en una cabaña que a primera vista era de lujo (baño de agua y ventilador) pero la verdad es que por motivos contextuales no se caracterizó por ser precisamente un servicio hotelero del buen dormir. A las 6 am salimos en un colectivo rumbo a Carate. Era un auto viejo, y los caminos de tierra de por acá se caracterizan por estar llenos de hoyos, y hacer de solo 40 kms, 1 hr 30 min de viaje. De hecho, en una cuesta cercana al punto de inicio el carro ese patinó y la llanta fundida protagonizaba el panorama olfativo. Juan sugirió bajarnos. Pero antes de acceder a dicha idea, el chofer decidió bajar al plano, darse la vuelta e intentar subir la cuesta en reversa. Muchacho habilidoso, demostró su valentía, pero fueron finalmente nuestras piernas las testigos de tan pronunciada inclinación.


ree

Una vez en Carate y con las mochilas cargaditas de comida de

montaña iniciamos el trekking. Fernando se preguntó si quizá hubiese sido bueno traer el machete para abrir camino, pero no fue necesario. Sorprendentemente conocía perfectamente la ruta que no tenia ni media señalética. Cruzamos mil ríos, nos llovió que se caía, subimos que trepamos de lo empinado, embarrado, empedrado, la verdad, es que personalmente me costó un montón el trekking, y aquí hago mis agradecimientos a Juanu que siempre me ayuda a hacer esto que me encanta pero que me cuesta, que es llegar lejos, que es llegar alto, con mis puras patinas.



Bueno, vimos pizotes (coaties), arañas grandiosas, ranitas venenosas, una boa que acababa de almorzar, tucanes, lapas (guacamayos), 4 especies diferentes de monos, pero el animal más sorprendente que vimos en todo este paseo, fueron los oreros.

Esta especie corresponde a la raza Humano Masculino y cuenta con al rededor de 400 ejemplares al rededor del parque. Hoy su mayor enemigo son los guarda parques y el MINAE (Ministerio de Ambiente y Energía) ya que no está permitida la extracción de oro desde 1975 que se constituyó como territorio protegido. Aunque suene a leyenda, los oreros llevan años instalados en las fronteras del parque Corcovado, viviendo en precarias condiciones: un techo de plástico impermeable, salida de agua potable y una tabla en altura con mosquitero para la cama. Se ha construido en torno a esta realidad, una reputación compleja para estos hombres que decidieron dedicar sus vidas a la minería. No sólo porque son vistos como una amenaza al medio ambiente, sino también como un riesgo para la seguridad de quienes visitan el parque, pues se rumorea que los ingresos que generan con el oro, se lo toman.


En esta instancia, y desconociendo esos prejuicios, estuvimos en la casa de 3 grupos de oreros. Los primeros, al principio del trekking, eran 2 hombres y 1 adolescente que nos invitaron a pasar a su casa y nos permitieron rellenar nuestras botellas, ya que era la última toma de agua hasta el alojamiento. Entre risas comentaban que una vez que empiezas a extraer oro es muy difícil soltarlo, porque en la selva se sienten libres. Por la adrenalina de encontrar el brillo en el agua.


En el camino obtuvimos aprendizajes populares sobre plantas: las de velcro que se pegan a la ropa, las que hacen tatuajes blancos con sus esporas, las que se cierran solas si las tocas, las que se comen como palmito, y luego de 10 kms de subida, nos encontramos con el camping de don Israel..quien no se encontraba en su casa esa noche, pero Fernando nos contó que como regla tácita de los oreros, siempre se pueden ocupar las instalaciones ajenas aunque los dueños no estén, sólo no debes robarte nada y todo suave. Así que bastante cansados y mojados, entramos al recinto y nos instalamos. Comimos rico, compartimos con Fernando y Kim una linda y alentadora conversación, ropa sequita, y ahí mismo había una carpa grande armada sobre una tarima de madera y adentro había un colchón. Sacudimos todo, pusimos el saco que llevábamos y dormimos mejor que en cualquier hotel de lujo.


Al día siguiente, ya rumbo a Dos Brazos del Tigre donde finalizaba el recorrido, de un refugio de orero salió un hombre, ojos azules y semidesnudo, a saludar. Nos ofreció café, nos ofreció pasar, el hombre realmente quería conversar. Cedimos ante tanta regalía, y comiendo piña orgánica, don Odilio nos contó sobre los 9 años que llevaba recolectando pepitas de oro en el río. Nos mostró su casa, tenía muebles con candado que guardaban todas las máquinas que con el tiempo había comprado para la extracción. Nos contó que cada cierto tiempo, baja a la ciudad con sus pepitas, para empeñarlas. Pero no puede ir muy seguido, porque si no, se delataría la cantidad de oro que tiene y eso sería peligroso.

Entre estrategias de seguridad, risas y fotos que le pedimos sacar, don Odilio orgulloso le contaba a estas personas de Chile, donde según él "se habla inglés y esas cosas", el estilo de vida que tan feliz lo hace.


ree

Seguimos nuestro camino.


Última parada: una finca privada con casas de oreros. Aquí habían 3 adultos y 1 chico como de mi edad. Nos sentamos a conversar sobre su experiencia en el rubro...ya algunos contaban con 50 años extrayendo. Pero la conversación giró en torno a la relación que tenían con las autoridades. Nos contaron algunas de las experiencias que habían tenido siendo interpelados por los guardaparques para desalojar sus refugios. No pudimos profundizar, estábamos solo 1 hora de terminar el paseo, y la verdad es que nos quedamos con gusto a poco.


Siempre recordaré que después de fuertes lluvias y cruces de río mojamochila, ese momento precioso cuando salimos a un claro y al fondo se veía cómo se iba el auto que nos había ido a buscar y luego Fernando corriendo por el río para frenarlo, fue inmensamente satisfactorio. Casi tanto como la chelita que nos tomamos cuando volvimos a Jiménez.



ree


De la Península de Osa se sabe mucho sobre su paraíso animal, sobre su bosque primario, pero poco y nada sobre esta realidad que, afecta o beneficia, depende como lo miremos, a muchos hombres. A muchas familias. Ahora, ¿Cuál es el verdadero problema? El oro no ha dejado de aparecer en el parque, sigue siendo factible pillarse con una pepa en el camino. ¿Les molesta que no esté regulada la extracción? ¿El arquetipo del orero? ¿El futuro del turismo de investigación científica?


Ya de vuelta en La Gamba, me hago la pregunta:

¿Qué significa realmente cuidar del ecosistema?

Mi guata me responde algo que ya he dicho antes en este mismo canal, y es que esto no tiene sólo que ver con conservar ni proteger animales y plantas, este rollo tiene tantísimo que ver con las relaciones humanas. Límites bien puestos. Comunicación. Un vínculos sano con quien sea.




bottom of page